LA IMPOSIBLE ALÉTHEIA Y  EL TRIUNFO DE LA DOXA VERDULERA


Para que nadie me llame pedante ni culterano voy a recurrir a lo mismo que todo el mundo, es decir, a la humilde y popular Wikipedia (espero que no os parezca mal). Cito textualmente: «ALÉTHEIA (del griego antiguo: αλήθεια [alētheia] ‘verdad’) es el concepto filosófico que se refiere a la sinceridad de los hechos y la realidad. La palabra significa ‘aquello que no está oculto, aquello que es evidente’, lo que ‘es verdadero’. También hace referencia al «desocultamiento del ser». » Y vuelvo a citar de la misma fuente: «DÓXA (δόξα) es una palabra griega que se suele traducir por ‘opinión’. Fue un concepto utilizado por Parménides, al distinguir la “vía de la verdad” de la “vía de la opinión”. La doxa comprendería dos grados: eikasia (εἰκασία) y pistis (πίστις), es decir, conjetura y fe o creencia.» Si os fijáis “uso” a Platón pero no lo menciono.

Sigamos si os parece con otra cita, esta atribuida al célebre físico británico de Belfast Lord Kelvin, quien allá por el todavía no muy lejano siglo XIX enunció: «Lo que no se define no se puede medir. Lo que no se mide, no se puede mejorar. Lo que no se mejora, se degrada siempre».

Y ahora vayamos por partes pero de delante hacia atrás como si, expresándolo con la debida vehemencia, lo que hemos estado viviendo desde los años 60 del siglo pasado hasta hoy fuera una cuenta atrás que culminará cuando todo se vaya al carajo.

Actualmente y en todos los ámbitos de la vida la clave del éxito para colmar cualquier ambición por guarrindonga que esta sea consiste en un binomio aparentemente sencillo: opinar con la osadía del imbécil echao p´alante y menospreciar sistemáticamente la verdad. ¿Instrumentos? Obviamente, el bulo y la manipulación. Con la palabra “actualmente” quiero decir aquí y ahora, tercera década del siglo XXI, pero no solo en España sino en todo el planeta (y quizá en todo el universo) oséase, que se trata de un aquí y un ahora absolutos preñados de la más absoluta relatividad (puesto que todo es opinable y la verdad no importa para nada o, como mínimo, está en cuarentena). No solo es que no importe la verdad: si es necesario se construye, se personaliza como se personalizan los cochazos de los grandes capos mafiosos; pero también hay verdades baratas que se pueden vender a peso… ¿A cuánto el kilo de verdad? Todo cabe en el juego la ley de la oferta y la demanda.

“Lo   que no se mide, se degrada” nos venía a decir el bueno de Lord Kelvin. Y como la verdad no se puede medir tampoco nos la tenemos por qué creer, puesto que cada uno tiene su verdad y, a fortiori, su mentira: verdad y mentira a partes iguales formando un todo inalienable. Por eso ya durante la primera década de este siglo (ya veis que sigo yendo hacia atrás) se hacía más y más popular aquello de la POSVERDAD, ¡curiosa palabreja! Corresponde a un concepto rabiosamente posmoderno, puesto que ya se empezó a utilizar durante la década de los noventa (sigo para atrás, cambio de siglo…) Siendo más precisos, el término post-verdad (en inglés “post-truth”) lo acuñó hacia el año 92 el guionista y dramaturgo norteamericano de origen serbio Steve Tesich.

Como no quiero que el artículo se alargue demasiado y tampoco quiero correr el riesgo de aburriros, voy a dar el último salto en el tiempo (hacia atrás, claro). Aunque ciertamente la expresión “GIRO LINGÜÍSTICO data de los años 50, cuando Gustav Bergman se refirió a la nueva forma de hacer filosofía desde que apareciera el «Tractatus Lógico-filosófico» de Wittgenstein (todo habría de hacerse a partir del análisis lingüístico) será Richard Rorty, gran gurú norteamericano de la posmodernidad, quien dará el espaldarazo definitivo a eso llamado “giro lingüístico”. Rorty empieza diciéndonos que el significado de una palabra no es un dato ni un referente inmediato sino que depende de las circunstancias de una situación de habla. Más tarde Scavino, explicándonos a Rorty, señalaba que «En términos de Richard Rorty: “La verdad se hace y no se descubre”, “la verdad es algo que se construye en vez de algo que se halla”. Los filósofos que privilegian el discurso científico suelen creer que la verdad es algo que se encuentra a través de una objetividad desprejuiciada de las cosas.»

No sé si se ve ya hacia dónde voy. El gran hallazgo de la filosofía posmoderna fue, efectivamente (quizá de la mano de Gadamer) comprobar que no solo no podemos escapar de los prejuicios sino que incluso los necesitamos para seguir siendo humanos. Si conseguimos desproveer la palabra “prejuicio” de sus matices peyorativos o negativos, comprenderemos que prejuzgar en tanto que estimación previa a cualquier examen de cualquier cosa no tiene por qué ser necesariamente malo. Y es cierto (otro hallazgo, esta vez compartido, de los posmodernos) que el cientificismo a ultranza propio del pensamiento neopositivista predominante hasta finales de los 50 del XX era, ante todo, un dogmatismo; por consiguiente (como pasa con todos los dogmatismos) rígido, obtuso, tiránico. Parecía que nos encontrábamos ante un nuevo “¡eureka!” del conocimiento y de la intelectualidad, ante un nuevo “¡albricias!” (buena noticia y recompensa subsidiraria, atendiendo a su etimología árabe). Parecía que habíamos hallado una nueva piedra filosofal, o como diría el inolvidable profesor Javier Petrina, «la consagración del floripondio». Pero no… Volvamos a Lord Kelvin aunque esta vez aderezado con “esas cosas” de Rorty. En terminología gastronómica: “Trufado de Kelvin desaletheizado en salsa de dóxa al estilo Rorty”. La impostura de la verdad: ¡la posverdad!.

Las derechas, es decir, las políticas y las otras, manteniendo las inercias que les eran favorables desde la etapa Reagan-Thatcher, se fueron reinventando sobre la marcha, se fueron histrionizando, teatralizando al máximo a rebufo de los cada vez más populares “reality-shows” y aprovecharon el reverso tenebroso de la posmodernidad, lo hicieron suyo y lo gestionaron con maestría como herramienta y producto cosmético para terminar de roturar las mentes cada vez más infantilizadas de la ciudadanía. ¿Os acordáis? “la verdad se construye”; y además la opinión también; y ambas se pueden envasar al vacío; ambas caben en una jeringuilla y son inyectables: de nuevo la posverdad.

Todo lo demás, ya lo sabéis: armas de destrucción masiva en Irak, ha sido ETA, los papeles de Venezuela, el Brexit, Ucrania está llena de nazis, Israel se defiende proporcionalmente a los ataques recibidos, me gusta la fruta, las vacunas no son de fiar, no hay cambio climático, no es violencia de género sino doméstica, los migrantes ganan más con las paguitas que tú trabajando, el peligro está en los okupas (los de nuestra casa y los de la Moncloa), los acuerdos de investidura parlamentarios son golpes de estado, España se rompe, el pato Donald fue un gran presidente y volverá a serlo…

Cuando un prejuicio no es una estimación previa-personal sino un implante, podemos darnos por desorientados y enajenados. Si la verdad es algo que simplemente se construye y no un horizonte hacia el cual orientarnos en tanto en cuanto (en terminología de Hartmann) viniera a ser un bien al mismo tiempo que un valor (axiológicamente absoluto) entonces esa verdad “de fábrica” tiene la misma validez que la mentira (la cual se fabrica igualmente y en el mismo sitio). El único valor tenido por absoluto sería pues el de la opinión; y cuanto más verdulera y telecinquista, salvameísta, granhermanista, M.A.R-ista, JAVIERMILEÍSTA, pues mejor. Así que… ¡Abajo la alétheia y viva el verdulerismo doxista!¡Que vivan la posverdad y los grandes negocios, carajo!
(…ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos…)

TXESKO C.





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